vendredi 23 octobre 2015

Constanzas

En las irresistibles entrañas del sueño, uno se pierde en lo ameno y se despide de la difusa lógica de la realidad. Pero a pesar de ser una irresistible tentación, la muerte nos muestra que tal vez soñemos más largamente de lo previsto. Morir en un sueño o morir soñando no es acaso sino lo mismo. Perdido en una selva negra, pisando ciegamente un lodo en el que siguen crujiendo los huesos de los que no han sobrevivido a la fantasía, sigue el tacto disfrutando de las arrugadas cortezas de los árboles. Y mientras que no pierda el tacto y la aprensión al dolor, puedo seguir imaginando mi muerte repetidas veces. Si es que a veces dan ganas de matarse...
S.Twski

mercredi 23 septembre 2015

Barbacoa

El lloro de las escaleras por la noche ilumina a las lunas que rompiéndose penetran a los transeúntes que acaban muriendo en la calle. Y el sol se queja de quemar soñadores de la noche.

mardi 22 septembre 2015

Híbrido de vida y muerte

En la efímera vitrina
de los recuerdos
transformados en palabras
el marinero observa
lunas en descomposición.

Caen ensangrentando
las calles
con la sangre
de los gritos
de las búsquedas
de las llamadas
desesperadas 
que piden 
una patria
incongrua
que come hombres
y desecha almas

El marinero llora,
no puede morir.
Aburrido y triste
mata esperanzas
de las lunas
que se descomponen.

S.Twski
                 San Jerónimo, Caravaggio, 1605, pintura al óleo, 112 cm × 157 cm. Galería Borghese, Roma, Italia.


jeudi 11 juin 2015

La mujer del toreador

Una mujer, el chaleco del toreador sobre sobre sí, sostiene triunfalmente el falo del perdedor que alimentó durante dieciséis días a sus siete hijos que parió el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado y el domingo y ya no más porque según dijo se le iba a vaciar el cuerpo si seguía. Lo que si que se le vació fue la cabeza.

S.Twski

Los indiferentes (2)

Sus manos estarán levemente abiertas,
 sus dedos de la mano izquierda apuntarán hacia los astros, 
los de la mano derecha hacia la tierra.
 Y entonces cerrará suavemente los ojos, indolente.


Una oleada de mamarrachos incipientes se adentran en las nalgas de lo desconocido, posando pie a tierra como marineros desterrados auque nunca tuvieron ni tendrán tierra ni Tierra. Surcando mares observan los astros devoradores de sueños, destructores de azañas, azañas sin zarpas, sin dientes, que no tienen poder alguno porque se lo robaron como se robó el aliento del mar cuando salió el primer hombre del océano. Y comen hasta reventar, comen todas las estrellas que ven en el cielo, para que no haya más astros, para que el cielo sea oscuridad, oscuridad pura para los hijos de la mar.

Y la chiquilla pedalea a la orilla del Mediterráneo, entre caseríos vacíos y muros decrépitos de tanto hablar.

S.Twski


Comestibles

Y mira por la ventana y no sabe lo que ve pero ve algo aunque no sepa lo que es y sigue mirando porque sabe que algún día tal vez descubra que es lo que ve pero entretanto sigue mirando con una cara embobada y con unas babas pululantes que se deslizan por sus tetas, unas tetas que no tiene porque es un gato y el gato se llama Buchi.

S.Twski



mercredi 10 juin 2015

El sacacorchos que sobrevivió a las displicencias de los consortes

- Llegados a la estación jiremos a la derecha.
- Giremos.
- Eso he dicho.

Jiramos a la derecha. Un árbol con muchas hojas y denuncias postmortem.
Giramos a la izquierda. Consortes lanzándose enemas y brechas verbales.

En frente una estación de servicios. Un celsusiano demente penetra en la cajera. Dolores y gritos. Consigue entrar entero.
¡Proezas del cuerpo humano!
Con mi consorte bajo por las escaleras hasta llegar a una plaza coloquial. De ahí un niño grita ¡A la farola! Y lo que el viento se llevó, sale el niño volando y se estampa contra un edificio.
- Así pintamos los edificios, para que sea ecológico.
- Además pagan por el espectáculo.
- Muchos culos, muchos culos...

Descendemos por otras escaleras. Esta vez zona comercial cubierta. Vagabundas y vagabundos y niños y gatos y perros y displicencias de los consortes.

S. Twski


dimanche 25 janvier 2015

Kinjiru

Assit sur le rocher, il ne voyait pas bien, au loin, le soleil couchant reflété par le lac. Sur la couverture usagée du livre qu'il tenait dans ses mains, il n'était pas possible de distinguer les lettres qui furent une fois imprimées. Peu après le coucher du soleil, il se dirigea chez lui, l'esprit lourd. Il n'habitait pas loin, d'ailleurs il pouvait voir le lac s'enflammer tous les soirs sur sa véranda. Il avait pourtant décidé ce jour là de se déplacer jusqu'à la bordure du lac. Peut-être avait-il eu l'envie de se dégourdir tantôt le corps comme l'esprit.
Reclus tel qu'il l'était chez lui, il jouissait d'une oisiveté qu'il exécrait. Il finissait donc par enregistrer minutieusement chacune de ses actions.
En ouvrant la porte de sa maison, le silence l'assaillit. L'obscurité régnante ne faisait qu'augmenter cette voluptueuse sensation de solitude.
Le pas lourd et sonore, il s'avança dans le couloir, comme pour s'assurer qu'il était seul. En allumant la lumière, il fixa son regard sur la photographie de sa sœur. Elle avait des traits viriles, comme si un couteau les eût définis. Morte d'un cancer du foie à cause de sa prédilection pour l'eau-de-vie, elle avait à peine vingt-cinq ans lorsqu'il la retrouva à l'hôpital dans un état critique. Il ne ressentit rien lors de la mort de son père, ne comprenant ce qu'était l'amour filial. Cependant lorsqu'il aperçut sa sœur aînée sur le lit de l'hôpital, pâle, sans réussir à ouvrir les yeux, un sentiment d'amer regret l'envahit. Non point parce que sa mère l'avait exhorté à ce qu'il aille voir l'infirme depuis plus de trois mois, mais plutôt parce qu’il aurait préféré la voir morte.
Peu après cet événement, sa mère s'installa chez lui et accrocha la photographie de sa sœur dans le couloir.
Les trois mois pendant lesquels sa mère logea chez lui furent un calvaire. L'odeur qu'elle dégageait envahit la maison. Cinq mois après son départ, l'odeur persistait. Il avait pourtant refusé qu'elle s'installe chez lui, mais elle le somma de se taire puis de la laisser habiter chez lui, pour qu'elle puisse se récupérer de la fatigue du deuil.


S.Twski
                                                Hiroshigue, Les 53 stations du Tokaido